Voy a ser sincero: me compré el casco Heritage porque quería algo que combinara con mi bici vintage y mi ego ciclista, pero terminé encontrando algo que va mucho más allá del look.
Lo primero que notas cuando lo sacas de la caja es que este casco tiene facha. Es como si una Vespa de los años 60 y un casco de Iron Man tuvieran un hijo con conciencia ecológica. El color azul marino grita “tengo estilo”, pero sin pasarse de pretencioso. Me lo puse y automáticamente salí a la calle para que todos puedan verlo.
Ahora, en cuanto a la comodidad: las correas de cuero vegano no solo suenan a algo que pedirías en una panadería de Palermo Soho, sino que son sorprendentemente suaves. Nada de irritaciones, nada de pegotes. Transpiré subiendo una cuesta infernal y ni se notó (el sudor en mi alma, sí, pero en el casco, ni rastros).
El ajuste de dial es como sintonizar la radio. Giras un poco y de repente el casco queda tan bien que sientes que naciste para ese casco. No se mueve, no aprieta. Lo usé todo un día entero —bici, café, patineta eléctrica, almuerzo en la plaza— y me olvidé que lo tenía puesto (excepto cuando alguien decía “che, qué lindo casco”).
Después viene mi parte favorita: el PopLock secreto. Al principio pensé “esto es puro marketing”, pero NO. Ese compartimento oculto me salvó de cargar el casco como un tonto en el supermercado. Puedes meter el candado por ahí y chau preocupaciones.
Y ni hablemos del cierre magnético de una mano. Un lujo. Puedo cerrarlo con una mano mientras con la otra saludo, me gusta cuando el botón magnético emite ese sonido cuando se cierra.
Por último, la ventilación. No es una turbina de avión, pero funciona. Tiene 7 respiraderos y tres canales internos que, honestamente, me mantuvieron bastante fresco en un día de 30 grados. No terminé derretido como un helado al sol, lo cual es todo un logro en esta ciudad.