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Confesiones de un Hereje: ¿Soy el único al que ‘31 Minutos’ no le da risa?

31 minutos, cartoon

Escribo estas líneas desde un búnker improvisado, con las persianas bajadas y una VPN conectada a un servidor en Groenlandia. Sé lo que voy a decir. Soy consciente de las consecuencias. En Latinoamérica, meterse con 31 Minutos es el equivalente cultural a decir que no te gustan los tacos, que el dulce de leche empalaga o que tu abuela cocina mal. Es blasfemia pura. Pero alguien tiene que decirlo, y al parecer, me ha tocado a mí ser el villano de esta historia: No entiendo la fascinación masiva con los títeres de Tulio Triviño. No me da risa. De hecho, a veces me genera un estrés leve.

¿Ya llamaron a la policía del humor? Bien, mientras llegan, déjenme explicarme.

El elefante (o el conejo rojo) en la habitación

Entiendo el concepto. Es un noticiero paródico, es absurdo, es irreverente. Lo capto. Intelectualmente, entiendo por qué debería ser gracioso. Pero cuando veo un capítulo, mi cara es una línea recta inamovible.

El problema, creo yo, es la glorificación de la precariedad. Sí, sé que ese es «el chiste». Que los muñecos sean calcetines viejos y que se les caigan los ojos es parte de la estética. Pero hay un punto donde el caos visual y los gritos constantes de los personajes dejan de ser comedia inteligente y se convierten en ruido de fondo.

Tengo amigos (ex-amigos, probablemente, después de que lean esto) que recitan diálogos enteros de Juan Carlos Bodoque como si fueran versos de Neruda. Se ríen a carcajadas recordando la «Ruta de la Caca». Yo los miro y me pregunto: ¿Me falta un gen? ¿Mi niño interior murió y olvidó avisarme?

¿Nostalgia o Calidad Real?

Aquí es donde me pongo la soga al cuello. Creo firmemente que el 80% del amor por 31 Minutos es pura y dura nostalgia.

Si creciste viéndolo mientras tomabas la leche después del colegio, esos títeres son parte de tu ADN emocional. Lo entiendo. Pero analizarlo hoy, como adulto, sin esas gafas de color rosa del pasado… la experiencia es distinta.

El humor es a menudo repetitivo. Tulio es vanidoso (lo captamos a la primera), Bodoque es un ludópata cínico (ok, ese tiene su encanto, lo admito), y Patana es la voz de la razón ignorada. Es una fórmula que se recicla una y otra vez. Para mí, ver 31 Minutos es como escuchar ese chiste que tu tío ha contado en todas las Navidades desde 1998: le tienes cariño al tío, pero el chiste ya no tiene remate.

El Culto a la Cita

Lo que más me agota no es el programa en sí, sino el culto que lo rodea.

No puedes mencionar la palabra «televisión» sin que alguien salte de un arbusto gritando: «¡Yo nunca he visto televisión!».

No puedes decir que algo es injusto sin que alguien cite: «Nunca había visto tanta caca junta».

Se ha convertido en una especie de religión pop donde, si no te sabes las referencias, eres un paria social. Y esa presión por «entender la genialidad» de Pedro Peirano y Álvaro Díaz a veces genera el efecto contrario: rechazo. Es como cuando te obligan a leer el Quijote en el colegio; terminas odiando algo que quizás, en otras circunstancias, te habría gustado.

La única concesión (Para que no me quemen la casa)

Vale, voy a ceder en algo porque valoro mi integridad física: La música es impecable.

Ahí no tengo argumentos. Bailan sin Cesar, Mi muñeca me habló y Diente blanco, no te vayas son obras maestras de la producción musical. Son pegajosas, están bien producidas y las letras son genuinamente ingeniosas. Si 31 Minutos fuera solo una banda de rock experimental disfrazada de programa infantil, sería su fan número uno. Me compraría la camiseta.

Pero como programa de comedia… lo siento, pero me bajo del barco.

En conclusión: Perdón por ser así

Quizás soy un amargado. Quizás necesito «recuperar mi infancia». O quizás, solo quizás, está bien que no nos guste lo que le gusta a todo el mundo. Así que aquí estoy, confesando mi pecado. No me río con Tulio. No me emociona ver a Calcetín con Rombos Man. Y estoy listo para recibir sus tomates (virtuales). Solo les pido un favor: tírenlos con suavidad, que a diferencia de los personajes de la serie, yo no estoy hecho de trapo y botones.

Marco Antonio
Marco Antonio
Marco Antonio (Antonee) es un Analista de Sistemas con una profunda pasión por la fotografía y el diseño gráfico. Su talento para crear impactantes obras visuales lo ha llevado a fundar Gooova Studio, donde, además de ser redactor, canaliza su experiencia y creatividad para ofrecer soluciones innovadoras.

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